El invierno pasado, hacía un frío helador. Una amiga de la infancia de repente llamó a mi puerta, y al entrar me abrazó y lloró, sus hombros temblando sin parar.

Solo dijo una frase: “Estoy en el mundo de las criptomonedas, perdí 130,000.” Esa no era una suma pequeña, era su ahorro acumulado durante tres años.

Esa noche, golpeó su computadora contra la esquina de la mesa con fuerza, la pantalla se hundió; desinstaló todas las plataformas de intercambio, cerró su cuenta, incluso bloqueó los mensajes de verificación.

Se encerró en su habitación durante dos meses enteros, sin ver a nadie, sin socializar, sin mencionar esas dos palabras.

Luego, me explicó todo el proceso en detalle.

Al principio solo era una pequeña inversión, viendo a otros compartir sus ganancias, su corazón empezó a picar;

Luego aumentó su inversión, compró más, siguió las tendencias, haciendo operaciones más de diez veces al día;

Cada vez que el mercado se corregía, entraba en pánico, vendía y luego compraba de nuevo, y después volvía a ser golpeada.

La vez más dura fue a las tres de la mañana.

Ella miraba la pantalla y se decía a sí misma “solo aguanta un poco más y rebotará”,

pero los números seguían cayendo,

cuando se dio cuenta, su cuenta solo tenía una serie de ceros fríos.

No es que el mercado no diera oportunidades,

sino que ella trataba cada fluctuación como “la única oportunidad de recuperarse”.

Durante esos dos meses, casi no tocó su teléfono.

Cuando nos vimos de nuevo, ella, en cambio, estaba mucho más tranquila que antes.

Me dijo una frase que recuerdo hasta ahora:

“Esos 130,000, compraron mi ilusión de hacer dinero rápido.”

Ahora ha comenzado de nuevo, pero ha cambiado.

No está obsesionada con el mercado todos los días, ya no persigue tendencias,

su posición es tan ligera que da pena, pero duerme tranquilamente.

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